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Mi corazón
tiene un pequeño agujero ahora que ya no estás, y no sólo el mío, sino de todos
que lo querían.
Te fuiste
muy rápido, de manera inesperada pero hasta lo último estuviste cuidando de
nosotros en cada detalle, para que no nos preocupáramos cuando ya sospechabas
de que todo estaba mal. Nos cuidabas con la risa, la voz fuerte que llenaba el
ambiente, el buen humor y el deseo por reunir la familia en un asado cuando
todo pasara.
Cuando todo
estuviera bien,
Pero eso
nunca pasó.
Nunca podré
decirte como estoy agradecida por como me aceptaste en tu casa como de la
propia familia, como me acompañaste a los primero exámenes para estar en la
facu y como compartimos estos últimos momentos con aquel bentó preparado con
cariño.
Gracias por
nuestra última charla, por darme esperanzas que existe el amor en el mundo y
por todos los momentos que pudimos compartir. Y gracias por decir lo orgulloso
que estabas de mí.
Nadie nunca
dijo que decir adiós es fácil, porque no lo es. Son en estos momentos que uno
debe entender que no está mal poner todo para fuera, llorar si necesario,
escribir, dibujar, hacer lo que sea para que todas las emociones se
externalicen y no es malo estar mal, sólo es parte del proceso del duelo.
Tampoco es
motivo para que uno se sienta mal toda la vida, pero aprender a recordar los
buenos momentos y aprender de lo bueno que fue.
Sí, estoy
triste que te fuiste pero me quedo con esa buena sensación de lo que aprendí en
los últimos tiempos sobre amor, familia, el compartir y como nuestras acciones afectan
y marcan a la gente de manera que no imaginamos. Porque al final del día, son
las pequeñas cosas que importan.
Estará todo
bien.
Que
descanses y no te preocupes, vamos a estar todos bien.
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